El Cant de la Sibil·la
Ciertas representaciones aparecen como parte de la celebración litúrgica en la Edad Media. Su función era facilitar al pueblo llano la comprensión y memorización de pasajes de la Biblia, Nuevo Testamento o dogmas eclesiásticos. La representación de la Pasión de Cristo, celebrada en Pascua, o la adoración de los Reyes Magos, en Navidad, son algunos ejemplos.
Origen del canto
En las antiguas Grecia y Roma, las sibilas eran mujeres que poseían el don de la clarividencia. Tras la llegada del cristianismo al imperio, las sibilas fueron asimiladas como profetisas, atribuyéndoles el anuncio de la llegada de Jesucristo.
De esta forma, la representación de la Sibila en la que una profetisa relata el advenimiento de del Juicio Final, la llegada de Jesucristo y las catástrofes que le acompañarían, pasó a ser una pieza que se representaba durante la misa de Nochebuena en todo Mediterráneo Occidental.
Así, en las nochebuenas frías, y muchas veces lluviosas, de la Edad Media, un niño varón o un joven contratenor asumían el papel de una sibila y, desde el púlpito, y alumbrado por apenas unas velas, profetizaba la llegada del juicio final y el castigo a todos los impuros.
La Sibila narraba los terribles acontecimientos en un canto gregoriano en latín, occitano, castellano, catalán, gallego o euskera, sosteniendo una espada que, al final de la representación, marcaría una cruz imaginaria. En Mallorca, y solo en algunas iglesias, al final de la representación, la Sibila corta con la espada un pequeño hilo que sostiene un bizcocho.
Su prohibición y (casi) desaparición
Durante el Concilio de Trento (1565) se prohibieron las representaciones y danzas que tuvieran lugar en los templos y, aunque el Concilio de Toledo permitió de nuevo su celebración, lo hizo siempre que no se diera durante la liturgia.
Así la Sibila dejó de subir al púlpito las noches en vísperas de Navidad y su celebración cayó en el olvido. Sin embargo, en Mallorca (España) y Alguero (Cerdeña, Italia, en aquella época, parte del Reino de Aragón), continuó realizándose hasta nuestros días, con la oposición de las jerarquías eclesiásticas pero el consentimiento de la iglesia local.
No fue hasta el Concilio Vaticano II (1965) cuando las mujeres pudieron asumir el papel de sibila en la representación.